Mecanismos como el ‘blockchain’ valdrán para los movimientos de capital en unos años
El dinero facilita el intercambio de bienes y, además, sirve como unidad de cuenta y como depósito de valor. Su utilización se basa en la confianza generalizada en su aceptación como medio de pago y en que su valor se mantendrá estable en el tiempo.
En las sociedades modernas utilizamos como dinero el efectivo (billetes y monedas) y los depósitos bancarios, que constituyen la oferta monetaria (M1). El banco central, en primer lugar, y los bancos privados, posteriormente, son los responsables de la creación de la oferta monetaria, es decir del dinero, y de que se mantenga su valor.
Episodios como la gran crisis de 2007-2008 suponen una merma en la confianza en el sistema bancario y en sus supervisores.
No es extraño que las criptomonedas aparezcan en 2009 como una forma de dinero digital que no tiene un emisor (como se conocen tradicionalmente) y que no depende del sistema bancario para su transmisión o para su registro.
Se las puede conocer como cripto tokens (monedas virtual o criptoactivos). No existe una definición generalizada. El Banco Central Europeo señala que los criptoactivos se registran en forma digital, dependen de técnicas criptográficas y no son pasivo de ninguna entidad identificable ni representan un derecho financiero frente a la misma. En su definición, estarían fuera de regulación. No obstante, tanto la Fed como reguladores europeos señalan que algunos criptoactivos tienen características que los asimila a valores, especialmente aquellos emitidos a través de las ICO (inicial coin offering) y deben cumplir con su regulación.
Las criptomonedas –la más conocida es el bitcóin– se intercambian de forma directa entre las partes mediante mensajes encriptados, las transacciones se validan en bloques (blockchains) cronológicos y su registro es responsabilidad de todos los participantes, que los actualizan tras la validación (tecnología de registros distribuidos).
Sus defensores afirman que la no dependencia del banco central, la criptografía y el registro conjunto les da suficiente credibilidad y seguridad. Sin embargo, la validación de las transacciones (“prueba de trabajo”) hace que el sistema sea lento (se calcula que el máximo de procesamiento son unas 600.000 transacciones al día) y altamente consumidor de computación y de energía (el consumo mensual de procesamiento en un mes se ha equiparado al de todo un país como Chile).
Además, en el mundo de las criptomonedas intervienen terceras partes, y ahí puede reducirse la seguridad digital. Existen entidades que efectúan labores de monedero, mercados de intercambio y entidades gateway que permiten el cambio de la criptomoneda por moneda o por bienes. Episodios de ciberataques en mercados y robos de carteras de criptomonedas han creado sombras de desconfianza para que puedan constituir una alternativa al dinero.
Así, a pesar de que existen unas 1.900 criptomonedas en el mundo, estimaciones del Banco Central Europeo señalan que su capitalización de mercado alcanzó un máximo en enero de 2018 con 650.000 millones de euros, para descender posteriormente y hasta unos 100.000 millones de euros en los primeros meses de 2019; ese valor supone alrededor del 1,2% de la oferta monetaria del área euro (M1).
Por otro lado, las criptomonedas muestran una gran volatilidad, en ocasiones del 80%, que también las hace inadecuadas como depósito de valor
Con el fin de corregir este problema han surgido recientemente las stablecoins. Estas pueden utilizar varios mecanismos para reducir la volatilidad: emplear directamente un algoritmo específico, respaldarlas con otras criptomonedas o dotarlas de reservas de monedas o activos financieros líquidos y de calidad crediticia.
La stablecoin más conocida actualmente es tether, cuyo valor tiene una relación paritaria con el dólar americano y está respaldada por activos a corto plazo. Hay otras stablecoins respaldadas por dólares, algunas con sus reservas supervisadas por el regulador, como paxos o gemini dólar, y otras no reguladas, como true USD o dai.
Inicialmente las stablecoins pretenden hacer de puente entre el sistema financiero tradicional y las criptomonedas, al permitir el intercambio con moneda legal. Por lo tanto, facilitan la entrada y salida del sistema de criptomonedas y la consolidación de las ganancias obtenidas en un activo más estable.
Aunque las stablecoins tengan aun un valor mucho menor que las criptomonedas, y por tanto su capitalización sea mínima en el sistema financiero, lo que se ha puesto en evidencia es la utilidad de contar con garantías o colateral.
La idea de que respaldar una moneda digital con activos de forma que incremente la confianza de los usuarios y promueva su utilización por el público está detrás de otras iniciativas recientes.
Bancos como JP Morgan están pensando en emitir una stablecoin para realizar pagos entre sus clientes corporativos mediante una blockchain interna. Su moneda estaría respaldada por las reservas del banco.
Facebook emitirá libra, que está respaldada por un conjunto de activos de baja volatilidad, como depósitos bancarios o deuda pública a corto plazo en monedas emitidas por bancos centrales reconocidos y estables. Además, ha anunciado que se crearán mercados que permitan intercambiar las monedas convencionales por libras. Telegram, por su parte, prevé lanzar gram en octubre.
Hay que señalar que el hecho de que las monedas representen un derecho frente a las garantías hacen que escapen de la definición de criptoactivo que hace el BCE. Y más aún si hay un emisor identificado. Quizá no se deban definir como criptomonedas o criptoactivos, sino como dinero virtual. Lo importante es que el hecho de se constituyan carteras de garantías contribuye a la confianza de las monedas virtuales, y que la tecnología blockchain y la de registros distribuidos están empezando a ser utilizadas por entidades ya establecidas, incluso del mundo financiero.
No utilizaremos criptomonedas como dinero, pero mucha de su tecnología cambiará la forma de realizar pagos.