El Partido Comunista Chino es la columna vertebral del gigante asiático. Sin él no se puede comprender la historia moderna de China, marcada por las decisiones de unos líderes que han dirigido de manera hermética el vasto crecimiento del país en las últimas décadas. Pero, a su vez, el Partido no se puede comprender sin atender a las características de una sociedad que vive a caballo entre las tradiciones milenarias y las ansias de estabilidad y modernidad
Después de perder el tren de la Revolución Industrial y pasar alrededor de un siglo sometida a la invasión de potencias extranjeras, solo para después embarcarse en un idilio con el comunismo más agresivo, pocos hubieran imaginado que China se convertiría en apenas tres décadas en una de las principales potencias económicas mundiales.
No solo ha conseguido llegar a ser la segunda economía global, sino que el país también ha desarrollado a lo largo de los últimos años una serie de políticas con las que está consiguiendo cambiar el tablero de juego de las relaciones internacionales. No en vano, cientos de países como Sri Lanka, Kenia o incluso Italia, han sucumbido a los encantos de una Nueva Ruta de la Seda con la que los chinos se están granjeando el favor de multitud de líderes internacionales para poder desarrollar proyectos de infraestructuras a lo largo de todo el globo.
Semejante transformación no hubiera sido posible de no haber existido una estructura interna capaz de garantizar que las decisiones de sus líderes fuesen respetadas y que todo el pueblo chino se volcase en hacerlas realidad. Casi con total seguridad, la China que hoy conocemos no existiría de no ser por el Partido Comunista que gobierna el país.
El partido que transformó a un país
El Partido Comunista Chino (PCCh) fue fundado en 1921 a raíz del Movimiento del Cuatro de Mayo, un levantamiento estudiantil que había comenzado dos años antes en Pekín. Los manifestantes se oponían a que el Gobierno firmase el Tratado de Versalles, que pretendía entregar a los japoneses el control de la provincia china de Shandong. Para los chinos esto suponía una humillación por dos motivos. Primero, porque agravaba las ya tensas relaciones sino-japonesas, fruto de varios enfrentamientos entre ambos territorios; y, segundo, porque suponía aceptar de manera formal que el país seguiría sometido al control de las potencias imperialistas, como ocurría desde hacía décadas.
Los comunistas, agrupados en torno al Partido y con el apoyo de la recién fundada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fueron ganando relevancia en las protestas y protagonizando choques con el gobierno del país, encarnado en el Kuomintang (o Partido Nacionalista Chino). La situación tornó en guerra civil cuando, en 1927, el Ejército asesinó a varios manifestantes del PCCh en Shanghái, desencadenando una oleada de reacciones contra el Kuomintang a lo largo del país. Fue entonces cuando Mao Zedong se erigió como líder de la resistencia comunista.
El conflicto, que tuvo varias etapas y estuvo interrumpido por la Segunda Guerra Mundial, terminó de manera definitiva en 1949 con el PCCh tomando el control de la China continental y fundando la República Popular China, relegando a los nacionalistas al control de Taiwán y varias islas limítrofes. Desde entonces, el PCCh ha sido la columna vertebral del país.
Los pilares fundamentales del PCCh
A pesar de su clara orientación comunista, la revolución protagonizada por Mao Zedong y los suyos tuvo un importante componente nacionalista. Su objetivo más inmediato no era implantar el socialismo, sino recuperar la soberanía nacional y restablecer la fortaleza de China frente al extranjero.
Esa característica ha llevado a expertos a señalar que, desde una perspectiva histórica, el régimen comunista bien podría ser entendido como otra más de las dinastías imperiales que han gobernado China durante siglos. No en vano, la unidad territorial y la fortaleza internacional habían sido tanto las principales preocupaciones de los emperadores de antaño como su mayor fuente de legitimidad para gobernar.
Pero esta lucha por la unidad y la hegemonía internacional no es la única de las tradiciones milenarias que adoptó el PCCh. A pesar de que Mao —que dirigió el país entre 1949 y 1976— se oponía fervientemente a las enseñanzas del confucianismo por considerar que obstruían el avance social del país, hay quien considera que el suyo fue un estilo de gobierno con tintes confucianos. Confucio fue un ferviente defensor de la meritocracia, y aseguraba que un gobernante debía cumplir cinco virtudes: benevolencia, rectitud, decoro, sabiduría y responsabilidad. Y Mao, llevando al límite el culto a la personalidad, se presentó ante la sociedad como un líder benévolo y supremo, intentando aunar de facto todas esas características.
Pero no solo Mao y sus sucesores al frente del Gobierno se han regido por estas pautas, sino que elementos como la rectitud y la responsabilidad han estado anclados en el seno del PCCh desde sus orígenes. Sus militantes deben pasar duras pruebas para entrar a un partido al que después dedicarán su vida, lo que es visto como un signo de sacrificio y ejemplaridad.
Al margen del peso de las tradiciones imperiales y el confucianismo, el PCCh sí que introdujo novedades a la escena política del país. Inspirados por la teoría marxista, pero sobre todo por el auge del comunismo soviético, los comunistas chinos bebieron del leninismo a la hora de sentar las bases del partido. La influencia de este se deja ver en tres características: en primer lugar, el PCCh se presenta como motor de la revolución social, con lo que la transformación de esta nace y muere en el propio partido; el PCCh es una vanguardia dirigente, lo que supone que la élite que lo compone es la responsable de liderar la sociedad en todos sus aspectos; y por último, el PCCh se rige por una organización interna cerrada, jerárquica e inflexible.
Para dar sentido a esta amalgama de tradición, teoría política y filosofía, el partido aprobó en 1979 los Cuatro Puntos Cardinales que habrían de orientar su actividad en adelante: seguir el camino del socialismo, defender la dictadura democrática del pueblo, defender el liderazgo del PCCh y defender el marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong —recogido en una serie de obras que escribió el histórico líder a lo largo de su vida—. A día de hoy, estos preceptos siguen condicionando las decisiones de los gobernantes chinos.
Los intrincados ejes de poder en el PCCh
Haciendo gala de esa estructura “cerrada, jerárquica e inflexible” heredada del leninismo, el PCCh se organiza en torno a una serie de instituciones que se complementan y limitan respectivamente entre sí. Hay tres órganos que destacan por encima del resto, y que son clave para comprender las dinámicas internas del partido: el Congreso Nacional del Partido, el Comité Central y el Comité Permanente del Politburó. De ellos emanan todos los poderes, y están relacionados entre sí por los mecanismos de elección de sus miembros.
El Congreso Nacional del Partido (CNP) es el eje central del PCCh, y es oficialmente el órgano con mayor poder de China. Celebrado cada cinco años, a él son invitados los militantes que hayan demostrado rectitud y lealtad al régimen —en 2017 fueron más de 2.200— para evaluar informes de distintas comisiones, revisar la Constitución, y ratificar el programa presentado por el secretario general para los siguientes cinco años. El CNP también elige al presidente de la República, aunque este puesto coincide desde 1993 con el de secretario general del PCCh, por lo que en realidad los miembros del Congreso apenas tienen voz en la decisión.
Con todo, la función más importante del CNP es la de elegir a los alrededor de 200 individuos que formarán parte del Comité Central (CC), que se encarga de dirigir todo el trabajo diario del partido entre una y otra sesión del Congreso. Durante ese tiempo, el CC es, sobre el papel, el máximo órgano de autoridad del PCCh. Su función más destacada es la de elegir a los militantes que pasarán a formar parte del Buró Político o Politburó, un grupo que incluye a las 25 personas más poderosas del PCCh. Entre sus miembros normalmente se encuentran los secretarios del partido de regiones importantes, como Pekín o Shanghái.
Dentro del centro de poder que es este órgano, existe un núcleo elitista y hermético al que quedan reservadas las decisiones de más importancia: el Comité Permanente del Politburó (CPP). Actualmente lo componen siete personas, aunque históricamente su número ha variado entre cinco y once. El organigrama del partido dicta que los miembros del CPP son elegidos por el Comité Central, pero los analistas señalan que, en la práctica, son los propios miembros del Politburó y su Comité Permanente quienes seleccionan a los integrantes de este último, a fin de garantizar la continuidad de su influencia personal en el seno del PCCh.
El Comité Permanente del Politburó es el órgano que mayor influencia real tiene en China. Por él pasan absolutamente todas las decisiones de trascendencia para el país, y cada uno de sus miembros está a cargo de una o varias áreas esenciales del Gobierno. Aunque paralelamente existe un gabinete de ministros encargado de todos estos asuntos, en realidad la última palabra sobre la política exterior, la economía o el poder legislativo recae sobre este núcleo duro del partido, del que también forma parte su secretario general.
El secretario general —que hace también las veces de presidente del país— es el oficial de más alto rango del PCCh, puesto que ocupa actualmente Xi Jinping. Es elegido cada cinco años por el Congreso Nacional del Partido, y, hasta el año 2017, su gobierno estaba limitado a dos mandatos. Ese año, sin embargo, se aprobó una reforma constitucional que elimina esa traba y que permite a Xi presentarse indefinidamente a la reelección.
El secretario general supervisa las actividades del Comité Central del Partido, y es el miembro de más alto rango del Politburó y su Comité Permanente, por lo que todos los demás le rinden cuentas. Además, desde hace décadas el secretario general también preside la Comisión Central Militar, lo que le convierte en el jefe del Partido, del Gobierno, y del Ejército.
Por si fuera poco, Xi Jinping también ha tomado bajo su mando directo los departamentos de Justicia y Exteriores, una muestra del alcance del poder que puede llegar a aunar el máximo dirigente chino. De hecho, el aglutinamiento de poder que ha conseguido Xi desde que fue elegido en 2012 ha disparado algunas alarmas, dado que, hasta ahora, la inflexibilidad de las normas internas de los órganos del Partido había sido garante de certidumbre y de transiciones de poder pacíficas.
Por otro lado, en los años 80, Deng Xiaoping —entonces máximo dirigente del PCCh— transformó las dinámicas internas del partido para que el tradicional culto al líder fuese sustituido por un estilo de gobierno colectivo, dando más peso a las instituciones. La aprobación del límite de dos mandatos fue clave para que dicha reforma prosperase. Con ese límite derogado, Xi Jinping puede ahora aspirar a erigirse como un líder permanente, ejerciendo su influencia dentro de los altos órganos del PCCh para asegurar su reelección indefinida.
Haciendo gala de esa estructura “cerrada, jerárquica e inflexible” heredada del leninismo, el PCCh se organiza en torno a una serie de instituciones que se complementan y limitan respectivamente entre sí. Hay tres órganos que destacan por encima del resto, y que son clave para comprender las dinámicas internas del partido: el Congreso Nacional del Partido, el Comité Central y el Comité Permanente del Politburó. De ellos emanan todos los poderes, y están relacionados entre sí por los mecanismos de elección de sus miembros.
El Congreso Nacional del Partido (CNP) es el eje central del PCCh, y es oficialmente el órgano con mayor poder de China. Celebrado cada cinco años, a él son invitados los militantes que hayan demostrado rectitud y lealtad al régimen —en 2017 fueron más de 2.200— para evaluar informes de distintas comisiones, revisar la Constitución, y ratificar el programa presentado por el secretario general para los siguientes cinco años. El CNP también elige al presidente de la República, aunque este puesto coincide desde 1993 con el de secretario general del PCCh, por lo que en realidad los miembros del Congreso apenas tienen voz en la decisión.
Con todo, la función más importante del CNP es la de elegir a los alrededor de 200 individuos que formarán parte del Comité Central (CC), que se encarga de dirigir todo el trabajo diario del partido entre una y otra sesión del Congreso. Durante ese tiempo, el CC es, sobre el papel, el máximo órgano de autoridad del PCCh. Su función más destacada es la de elegir a los militantes que pasarán a formar parte del Buró Político o Politburó, un grupo que incluye a las 25 personas más poderosas del PCCh. Entre sus miembros normalmente se encuentran los secretarios del partido de regiones importantes, como Pekín o Shanghái.
Dentro del centro de poder que es este órgano, existe un núcleo elitista y hermético al que quedan reservadas las decisiones de más importancia: el Comité Permanente del Politburó (CPP). Actualmente lo componen siete personas, aunque históricamente su número ha variado entre cinco y once. El organigrama del partido dicta que los miembros del CPP son elegidos por el Comité Central, pero los analistas señalan que, en la práctica, son los propios miembros del Politburó y su Comité Permanente quienes seleccionan a los integrantes de este último, a fin de garantizar la continuidad de su influencia personal en el seno del PCCh.
El Comité Permanente del Politburó es el órgano que mayor influencia real tiene en China. Por él pasan absolutamente todas las decisiones de trascendencia para el país, y cada uno de sus miembros está a cargo de una o varias áreas esenciales del Gobierno. Aunque paralelamente existe un gabinete de ministros encargado de todos estos asuntos, en realidad la última palabra sobre la política exterior, la economía o el poder legislativo recae sobre este núcleo duro del partido, del que también forma parte su secretario general.
El secretario general —que hace también las veces de presidente del país— es el oficial de más alto rango del PCCh, puesto que ocupa actualmente Xi Jinping. Es elegido cada cinco años por el Congreso Nacional del Partido, y, hasta el año 2017, su gobierno estaba limitado a dos mandatos. Ese año, sin embargo, se aprobó una reforma constitucional que elimina esa traba y que permite a Xi presentarse indefinidamente a la reelección.
El secretario general supervisa las actividades del Comité Central del Partido, y es el miembro de más alto rango del Politburó y su Comité Permanente, por lo que todos los demás le rinden cuentas. Además, desde hace décadas el secretario general también preside la Comisión Central Militar, lo que le convierte en el jefe del Partido, del Gobierno, y del Ejército.
Por si fuera poco, Xi Jinping también ha tomado bajo su mando directo los departamentos de Justicia y Exteriores, una muestra del alcance del poder que puede llegar a aunar el máximo dirigente chino. De hecho, el aglutinamiento de poder que ha conseguido Xi desde que fue elegido en 2012 ha disparado algunas alarmas, dado que, hasta ahora, la inflexibilidad de las normas internas de los órganos del Partido había sido garante de certidumbre y de transiciones de poder pacíficas.
Por otro lado, en los años 80, Deng Xiaoping —entonces máximo dirigente del PCCh— transformó las dinámicas internas del partido para que el tradicional culto al líder fuese sustituido por un estilo de gobierno colectivo, dando más peso a las instituciones. La aprobación del límite de dos mandatos fue clave para que dicha reforma prosperase. Con ese límite derogado, Xi Jinping puede ahora aspirar a erigirse como un líder permanente, ejerciendo su influencia dentro de los altos órganos del PCCh para asegurar su reelección indefinida.
Solo los afortunados pueden militar
Con aproximadamente 90 millones de militantes, el Partido Comunista Chino es el segundo partido político más grande del mundo, solo por detrás del Partido Popular Indio (o Bharatiya Janata Party) de Narendra Modi, que gobierna la India. De hecho, el partido tiene tantos miembros que, si fuera un país, sería el decimosexto más poblado, por encima de potencias como Alemania o Turquía. Y eso que es una de la formaciones políticas que más requisitos pone a los ciudadanos para poder entrar a formar parte de él.
El proceso para convertirse en miembro del PCCh suele comenzar en la infancia. Casi todas las escuelas de China obligan a los alumnos de entre 6 y 14 años a alistarse en el Cuerpo de Jóvenes Pioneros de China, una organización que aglutina a unos 130 millones de niños y que los instruye en los valores del Partido. Sus integrantes reciben cursos sobre la historia moderna de China, y sus maestros les instauran una serie de valores —los cuatro “ismos”: patriotismo colectivismo, socialismo y comunismo— y principios —los cinco “amores”: amor por la nación, por la patria, por la ciencia, por el trabajo y por la propiedad pública—.
Si desean seguir prosperando entre las bases del PCCh una vez cumplidos los 14, deben solicitar admisión en la Liga de la Juventud Comunista de China. En esta institución, que ronda los 85 millones de miembros, los jóvenes aprenden el pensamiento de Mao Zedong y el de Xi Jinping, que acaba de ser incorporado a esta “guía de acción” de la Liga. También reciben cursos sobre las directrices del Partido y el ideario comunista. El objetivo principal de la Liga es identificar a los mejores talentos del país y educarlos para que se conviertan en futuros líderes. Varias figuras ilustres del Partido —como el actual primer ministro Li Keqiang— han salido de esta organización juvenil.
Ya en la edad adulta, los ciudadanos que abandonan la Liga y que quieran entrar de manera oficial al PCCh deben pasar una serie de duras pruebas de acceso, que normalmente duran varios años. El proceso formal comienza con la redacción de una carta de presentación. Si es aceptada, los candidatos deberán asistir a cursos sobre la ideología del Partido, con sus correspondientes exámenes, y presentar una tesis. Todo ello, además, acompañado de un concienzudo escrutinio de la vida personal de cada uno.
Por lo general, solo una de cada once solicitudes es aceptada por los comités de selección. Pero existen varias vías que permiten a uno ahorrarse este arduo proceso. Una opción es hacer carrera militar, algo que normalmente suma puntos a la hora de ser seleccionado. También hay individuos que han sido premiados con este derecho a base de cuantiosas donaciones económicas. Otros, más afortunados, tienen el camino allanado por ser familiares de otros militantes, que podrán presionar para que entren.
Todas las vías son válidas y todas permiten llegar a lo más alto. Xi Jinping y su predecesor en el cargo, Hu Jintao, son buena muestra de ello. A pesar de haber sido compañeros de batalla, el padre del actual secretario general fue purgado por Mao por tener una postura demasiado liberal para el partido. Fue enviado a los campos de “reeducación”, donde pasó siete años recluido hasta que Deng Xiaoping lo rehabilitó para volver al PCCh. Esto supuso una complicación para Xi, que vio cómo su solicitud para ingresar en el Partido fue rechazada hasta en nueve ocasiones. También tuvo problemas para ingresar en la Universidad, aunque finalmente pudo estudiar Ingeniería Química en un prestigioso centro de Pekín. A pesar de todo, una vez dentro del partido, su trabajo al frente de varias regiones y su facilidad para hacer amistades le allanaron el ascenso hasta la cúpula.
Por su parte, Hu Jintao lo tuvo más fácil. Proveniente de una familia pequeñoburguesa, no encontró complicaciones para cursar estudios universitarios, también en un centro elitista de la capital. Durante su juventud fue miembro de la Liga de la Juventud Comunista, desde donde fue a parar directamente a la militancia del PCCh. Una vez dentro, se comportó siempre de manera leal a sus superiores, y su historial técnico le llevó a ser ascendido rápidamente a puestos de responsabilidad.
¿Qué futuro aguarda al partido?
Si hay una característica que hace al Partido Comunista Chino diferente de los partidos políticos de las democracias liberales es que no compite con otros por el control del país, sino que es en sí mismo la agrupación de las personas que gobiernan China. Esto no significa que no haya otras formaciones políticas en el país, pero la Constitución —aprobada por el propio PCCh— dicta que solo los comunistas pueden gobernar.
Tampoco parece que esto suponga un problema. Ni entre los residentes en el país ni entre los millones de ciudadanos chinos que viven en el extranjero, han surgido movimientos significativos que se opongan al régimen comunista. Más bien lo contrario: la opinión mayoritaria de la ciudadanía parece ser de apoyo a su sistema político, algo que los expertos achacan a la estabilidad que ha conseguido el país bajo su mando. Los chinos tienen en alta estima a los líderes que han traído prosperidad, y durante las últimas décadas el repunte económico y social de China ha sido extraordinario.
Además, la sociedad china se identifica con el Partido, cuyos militantes son promocionados en función de sus méritos según marca la tradición del confucianismo. Por lo tanto, y a pesar de que los recientes cambios puedan dar pie a un Gobierno todavía más autoritario donde un solo hombre acapare enormes cuotas de poder, no parece que hoy haya en China un profundo deseo de transformación política.
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