¿Por qué obedece una persona? ¿Hasta qué punto una persona puede seguir una orden que va en contra de su moral? Estas y otras preguntas quizás puedan resolverse a través del experimento de Milgram (1963) o al menos, esa era la intención de este psicólogo.
Estamos ante uno de los experimentos más famosos de la historia de la psicología, y también más trascendentes por la revolución que supusieron sus conclusiones en la idea que teníamos hasta ese momento del ser humano. Especialmente nos dio una explicación muy poderosa para entender por qué las buenas personas en algunas ocasiones pueden llegar a ser muy crueles. ¿Estás preparado para conocer el experimento de Milgram?
El experimento de Milgram sobre la obediencia ciega
Antes de analizar la obediencia vamos a hablar de cómo se realizó el experimento de Milgram. En primer lugar, Milgram publicó un anuncio en el periódico demandando participantes para un estudio psicológico a cambio de una paga. Cuando los sujetos llegaban al laboratorio de la universidad de Yale, se les decía que iban a participar en una investigación sobre el aprendizaje. Además, se les explicaba su papel en el estudio: formular preguntas a otro sujeto sobre una lista de palabras para evaluar su memoria. Sin embargo…
En realidad, esta situación era una farsa que ocultaba el experimento real. El sujeto pensaba que estaba haciendo preguntas a otro sujeto que en realidad era un cómplice del investigador. La misión del sujeto era ir realizando preguntas al cómplice sobre una lista de palabras que previamente había memorizado. En caso de acertar, pasaría a la siguiente palabra; en caso de fallar nuestro sujeto tendría que darle una descarga eléctrica al cómplice del investigador (en realidad no se aplicaban descargas, pero el sujeto pensaba que sí).
Al sujeto se le explicaba que la máquina de descargas constaba de 30 niveles de intensidad. A cada error que cometiese el infiltrado él debía aumentar la fuerza de la descarga en uno. Antes de empezar el experimento al cómplice ya se le aplicaban varias descargas menores, que el cómplice ya simulaba como molestas.
Al principio del experimento el cómplice va contestando a las preguntas del sujeto correctamente y sin ningún problema. Pero a medida que avanza el experimento empieza a fallar y el sujeto tiene que aplicarle las descargas. La actuación del cómplice era la siguiente: cuando se llegará al nivel 10 de intensidad tenía que empezar a quejarse del experimento y querer dejarlo, al nivel 15 del experimento se negaría a responder las preguntas y mostraría con determinación la oposición al mismo. Al llegar al nivel 20 de intensidad fingiría un desmayo y por tanto la incapacidad de responder las preguntas.
En todo momento el investigador insta al sujeto a continuar la prueba; incluso cuando el cómplice está supuestamente desmayado, considerando la ausencia de respuesta como un error. Para que el sujeto no caiga en la tentación de abandonar el experimento, el investigador le recuerda al sujeto que se ha comprometido a llegar hasta el final y que toda la responsabilidad de lo que ocurra es suya, del investigador.
Ahora os hago una pregunta, ¿cuántas personas creéis que llegaron hasta el último nivel de intensidad (un nivel de descarga en por el que muchas personas morirían)? ¿Y cuántas llegaron hasta el nivel donde el cómplice se desmaya? Pues bien, vamos con los resultados de estos «criminales obedientes».
Resultados del experimento de Milgram
Antes de realizar los experimentos Milgram pidió a unos colegas psiquiatras que hicieran una predicción de los resultados. Los psiquiatras pensaron que la mayoría de los sujetos abandonarían a la primera queja del cómplice, cerca del 4 por 100 llegaría al nivel en el que simula el desmayo y que solo algún caso patológico, uno entre mil, llegaría al máximo (Milgram, 1974).
Esta predicción fue totalmente errónea, los experimentos mostraron unos resultados inesperados. De los 40 sujetos del primer experimento 25 llegaron hasta el final. Por otro lado, cerca de 90% de los participantes llegaron al menos al nivel en el que el cómplice se desmaya (Milgram, 1974). Los participantes obedecían al investigador en todo, a pesar de que algunos de ellos mostraron altos niveles de estrés y de rechazo, seguían obedeciendo.
Se le replicó a Milgram que la muestra podría estar sesgada, pero este estudio ha sido ampliamente replicado con diferentes muestras y diseños que podemos consultar en el libro de Milgram (2016) y todos ellos han ofrecido resultados semejantes. Incluso un experimentador en Múnich encontró resultados de que el 85 por 100 de los sujetos llegaron al nivel máximo de descargas (Milgram, 2005).
Shanab (1978) y Smith (1998) nos muestran en sus estudios que los resultados son generalizables a cualquier país de cultura occidental. Aun así, hay que ser cuidadosos a la hora de pensar que estamos ante un comportamiento social universal: las investigaciones trans-culturales no muestran resultados concluyentes.
Conclusiones a partir del experimento de Milgram
La primera pregunta que nos hacemos tras ver estos resultados es, ¿por qué las personas obedecieron hasta esos niveles? En Milgram (2016) hay múltiples transcripciones de las conversaciones de los sujetos con el investigador. En ellas observamos que la mayoría de sujetos se sentían mal con su comportamiento, así que no puede ser la crueldad lo que los mueve. Puede que la respuesta esté en la «autoridad» del investigador, en quién realmente los sujetos relegan la responsabilidad de lo que suceda.
A través de las variaciones del experimento de Milgram se sacaron una serie de factores que afectaban a la obediencia:
- El rol del investigador: la presencia de un investigador vestido con una bata, hace que los sujetos le otorguen una autoridad asociada a su profesionalidad y por ello son más obedientes a las peticiones del investigador.
- La responsabilidad percibida: esto es la responsabilidad que cree tener el sujeto sobre sus actos. Cuando el investigador le dice que él es el responsable del experimento, el sujeto ve diluida su responsabilidad y le es más fácil obedecer.
- La conciencia de una jerarquía: aquellos sujetos que tenían un fuerte sentimiento hacía la jerarquía eran capaces de verse por encima del cómplice, y por debajo del investigador; por lo tanto ellos daban más importancia a las órdenes de su «jefe» que al bienestar del cómplice.
- La sensación de compromiso: el hecho de que los participantes se hubieran comprometido a realizar el experimento les imposibilitaba en cierta medida oponerse al mismo.
- La ruptura de la empatía: cuando la situación fuerza la despersonalización del cómplice, vemos como los sujetos pierden la empatía hacía él y les es más fácil actuar con obediencia.
Estos factores por sí solos no llevan a una persona a obedecer ciegamente a una persona, pero la suma de ellos genera una situación en la que la obediencia se vuelve muy probable con independencia de las consecuencias. El experimento de Milgram nos vuelve a mostrar un ejemplo de la fuerza de la situación de la que nos habla Zimbardo (2012). Si no somos conscientes de la fuerza de nuestro contexto, este nos puede empujar a comportarnos fuera de nuestros principios.
Las personas obedecen ciegamente debido a que la presión de los factores antes mencionados supera a la presión que puede ejercer la conciencia personal para salir de esa situación. Esto nos ayuda explicar muchos eventos históricos, como el gran apoyo a las dictaduras fascistas del siglo pasado o sucesos más concretos, como el comportamiento y las explicaciones de los médicos que ayudaron al exterminio de los judíos durante la II Guerra Mundial en los juicios de Núremberg.
El sentido de la obediencia
Siempre que vemos comportamientos que se salen de nuestras expectativas es interesante preguntarse qué los causa. La psicología nos aporta una explicación de la obediencia muy interesante. Parte de la base de que la decisión tomada por una autoridad competente con la intención de favorecer al grupo tiene consecuencias más adaptativas para este que si la decisión hubiera sido el producto de una discusión de todo el grupo.
Imaginemos una sociedad bajo el mando de una autoridad a la que no se cuestiona frente a una sociedad donde se somete a juicio a cualquier autoridad. Al no tener mecanismos de control, lógicamente la primera será mucho más rápida que la segunda ejecutando decisiones: una variable muy importante que puede determinar la victoria o la derrota en una situación de conflicto. Esto también está muy relacionado con la teoría de la identidad social de Tajfel (1974), para más información aquí.
Ahora bien, ¿qué podemos hacer ante la obediencia ciega? Puede que la autoridad y la jerarquía sean adaptativas en determinados contextos, pero eso no legítima la obediencia ciega a una autoridad inmoral. Aquí se nos plantea un problema, si logramos una sociedad en la que cualquier autoridad sea cuestionada tendremos una comunidad sana y justa, pero que caerá ante otras sociedades con las que entre en conflicto por su lentitud a la hora de tomar decisiones.
A nivel de individuo, si queremos evitar caer en la obediencia ciega, es importante tener en mente que cualquiera de nosotros podemos caer ante las presiones de la situación. Por esto mismo, la mejor defensa que tenemos ante ellas es estar pendientes de cómo nos afectan los factores del contexto; así cuando estos vayan a superarnos, podremos intentar retomar el control y no delegar, por muy grande que sea la tentación, una responsabilidad que nos corresponde.
Experimentos como este nos ayudan mucho a reflexionar sobre el ser humano. Nos permiten ver que los dogmas como que el ser humano es bueno o malo, se quedan lejos de explicar nuestra realidad. Es necesario arrojar luz sobre la complejidad de la conducta humana para poder así entender las razones de la misma. Conocer esto nos ayudará a entender nuestra historia y a no repetir determinadas actuaciones.
La obediencia ciega: El experimento de Milgram
Referencias
Milgram, S. (1963). Behavioral study of obedience. Journal of Abnormal and Social Psychology, 67, 371-378.
Milgram, S. (1974). Obedience to authority: An experimental view. New York: Harper and Row
Milgram, S. (2005). Los peligros de la obediciencia. POLIS, Revista Latinoamericana.
Milgram, S., Goitia, J. de, & Bruner, J. (2016). Obediencia a la autoridad: el experimento Milgram. Capitan Swing.
Shanab, M. E., & Yahya, K. A. (1978). A cross-cultural study of obedience. Bulletin of the Psychonomic Society.
Smith, P. B., & Bond, M. H. (1998). Social psychology across cultures (2nd Edition). Prentice Hall.
Tajfel, H. (1974). Social identity and intergroup behaviour. Social Science Information, 13, 65-93.
Zimbardo, P. G. (2012). El efecto Lucifer: el porqué de la maldad.