La ecuación ganadora de Shanghai

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La ecuación ganadora de Shanghai

En el año 2009 Shanghái fue denominada como la ciudad que producía mejores alumnos. Estas son algunas de las claves que explican el 'milagro chino'

Cuando en el año 2009 el informe PISA (Programa Internacional para la Evolución de Estudiantes) señaló que las escuelas secundarias públicas de la ciudad china de Shanghai ocupaban el primer puesto en el ranking mundial, muchos se llevaron las manos a la cabeza, sorprendidos. ¿Cómo podía ser que ese país que hace apenas unas décadas no destacaba precisamente por su nivel educativo se hubiese encaramado de la noche a la mañana a los puestos preeminentes? ¿Qué nos estábamos perdiendo de su sistema educativo? Y sobre todo, ¿qué podemos aprender de dichas escuelas que podamos aplicar en nuestros países?

La pasada semana el tres veces ganador del Premio Pulitzer Thomas L. Friedman (autor de La tierra es plana, una breve historia del siglo XXI), señalaba en su columna en The New York Times que había descubierto el secreto que se escondía detrás del milagro educativo chino. Y era simple y llanamente que no había ningún secreto. No se trata de que hagan algo esencialmente distinto a lo que la mayor parte de expertos considera que contribuye a mejorar la educación en un país, sino que lo hacen mejor que nadie.

Friedman ha visitado recientemente China junto con parte del equipo de Teach for America, una organización estadounidense sin ánimo de lucro fundada por Wendy Klopp que tiene como objetivo mejorar la educación americana y que, para ello, envía a profesionales a 32 países diferentes con el objetivo de investigar los modelos de aprendizaje que utiliza cada región. Para el escritor los buenos resultados de Shanghai son la consecuencia lógica de “30 años de inversión en educación e infraestructuras”.

Lo mismo de siempre, pero mejor

El veterano periodista sintetiza con la siguiente sentencia todo aquello que marca la diferencia en la ciudad más poblada de China: “Un profundo compromiso con la formación de los profesores, el aprendizaje entre pares, entre 9 y 10 horas de trabajo diario por cada profesional de la educación y finalmente la implicación de los padres en la formación de sus hijos. La insistencia de cada centro por conseguir los estándares más altos se produce en una cultura que premia la educación y respeta a los profesores”.

Los padres se implican en la educación de sus hijos de una forma más profunda que en occidente. Es decir, nada de tecnologías de ultimísima generación ni de la rápida implantación de nuevas tendencias educativas: la fórmula es bien conocida por todos, si bien raramente se aplica debido quizá a los altos costes económicos que implicaría. Quién sabe si los docentes estarían dispuestos a dedicar gran parte de su día a aprender (y no a enseñar), algo que suelen hacer la mayor parte de los docentes chinos. Friedman señala que “los profesores solo pasan un máximo del 40% de su jornada enseñando, porque el 60% restante están mejorando sus habilidades, planificando las clases, tutorizando de forma persnalizada a los alumnos y finalmente compartiendo sus experiencias con pares”.

Como recuerda Friedman, “los expertos están de acuerdo en que, de todas las cosas que mejoran una escuela, no hay nada (ni el tamaño de la clase ni la duración de la jornada escolar) que resulte más rentable que darle a los profesores el tiempo necesario para la revisión entre pares y la retroalimentación positiva, la exposición a la mejor forma de enseñanza y el tiempo para profundizar en su conocimiento de lo que están enseñando”. Por eso la jornada de trabajo de un profesor en China puede llegar hasta las 10 horas diarias. Son jornadas laborales agotadoras, pero dan fruto evidente al conseguir los máximos estándares de calidad internacionales en matemáticas, ciencia y lectoescritura.

Enseñando a los que enseñan

El modelo constructivista del aprendizaje defendido por Albert Bandura, entre otros, defendía la necesidad de proporcionar al alumno las herramientas necesarias para que pudiera convertirse en el protagonista de su proceso de aprendizaje. En este caso ocurre algo semejante, pero con el profesor profesor. Su tiempo fuera del aula no se destina exclusivamente a corregir exámenes y trabajos, sino a mejorar sus explicaciones, tutorizar a los alumnos y finalmente compartir con sus colegas sus experiencias.

En China está muy enraizada la idea de que la educación es la llave de la movilidad social y el éxito profesional. Por eso profesores en sus primeros años pasan gran parte del tiempo observando las clases de sus compañeros, un método ideal para comprobar lo que funciona mejor y peor en cada circunstancia. También se mantienen en contacto permanente por internet con sus mentores y dialogan con ellos, especialmente con los más veteranos, para ver de qué manera pueden superar los problemas que encuentran en el día a día.

¿Es esto el único factor que consigue la ecuación ganadora en Shangái? En absoluto. Los padres se implican en la educación de sus hijos de una manera mucho más profunda que la media en España. Friedman asegura que “los padres acuden al centro educativo de tres a cinco veces cada semestre para desarrollar habilidades pedagógicas y de última tecnología que les permitan ayudar a sus hijos con los deberes”.

Un sistema en el que todos mejoran al mismo tiempo

En el mismo artículo, Andreas Schleicher (físico y subdrector de la OCDE, al mismo tiempo que es el máximo encargado de la realización de los informes PISA) hacía referencia a la increíble mejora que había experimentado la educación china en apenas un decenio. Al mismo tiempo que ha reducido la brecha entre los mejores centros y los peores. El experto cree que ello se debe al propio mecanismo de mejora colectiva que caracteriza la educación china, y que ayuda a que los más avanzados tiren de los rezagados.

En China los niños piensan que si estudian mucho y se esfuerzan pueden alcanzar el éxito. “El sistema es muy adecuado para atraer a la gente media y hacerlos muy productivos", señala Schleicher: “Pone a los mejores profesores al frente de las clases más conflictivas”. En una entrevista previa concedida a la BBC, Schleicher ya había señalado que lo que distingue a los estudiantes chinos es su “resiliencia” a la hora de afrontar las dificultades: “En China la idea de que la educación es la llave de la movilidad social del éxito está muy enraizada”.

No obstante, algunos han advertido de que los resultados se limitan únicamente a Shanghai y que la situación en las regiones rurales del país, mucho más pobres, es sensiblemente distinta. Ya que el informe PISA tan sólo se detiene en doce provincias particularmente exitosas. El porcentaje de universitarios en Shanghai es del 84%, mientras que en el resto del país se encuentra en el 24%. Además, la inversión de los padres shanghaianos en la educación de sus hijos es mucho más alta que la media del país.

Aun así, Schleicher ha querido recordar que la mentalidad de Shanghai sobre la educación se extiende a todo el país y que es ello lo que distingue al gigante asiático de los países occidentales. “En Europa todo consiste en la herencia social: ‘Mi padre era fontanero, así que yo también lo voy a serlo’”, señalaba el alemán. “En China, nueve de cada diez niños te dirían ‘si estudio mucho y me esfuerzo puedo alcanzar el éxito en cualquier cosa que me proponga’”.

La ecuación ganadora de Shanghai