El problema de tener un presidente que mira hacia atrás en lugar de hacia delante es que puede hacer que todo un país pierda la carrera del futuro. Con la presidencia de Donald Trump, los Estados Unidos pueden pensar que viven una situación de bonanza económica y desempleo bajo, pero la realidad es que son precisamente esos años los que han permitido que China, un país absurdamente subestimado por un presidente completamente incapaz de tener en cuenta el papel de la tecnología como pieza capaz de dar forma al futuro, se situase al frente de la carrera.
El pasado mayo, Xi Jinping lo dejó claro en una entrevista:
We advise the U.S. side not to underestimate the Chinese side’s ability to safeguard its development rights and interests. Don’t say we didn’t warn you!
(recomendamos a los Estados Unidos que no subestimen la capacidad de China para defender su desarrollo y sus intereses. ¡Que no digan que no les avisamos!)
La frase en cuestión, «¡Que no digan que no les avisamos!», era la tercera vez que se utilizaba en la portada del , periódico oficial del Partido Comunista chino: las ocasiones anteriores fueron en 1962, antes de la guerra con India, y antes de la guerra con Vietnam de 1979.
¿Cuáles han sido los resultados hasta el momento del irresponsable amago de guerra comercial con China puesta en marcha por Donald Trump? Simplemente, que ahora, por mucho que levante las sanciones, las cosas nunca volverán a ser lo mismo. Las empresas chinas han entendido que los Estados Unidos son un oponente débil y en el que no se puede confiar, y trabajan para depender de él lo menos posible. La industria china trabaja ahora a marchas forzadas para disponer de su propia alternativa en la industria de semiconductores, y busca también fomentar sus propios desarrollos domésticos en todo: la compañía china de software empresarial PingCAP, desarrolladores de TiDB, ha captado más de trescientos clientes corporativos nuevos desde el inicio de la guerra comercial que provienen de compañías como Oracle o IBM, en el seno de lo que parece una oleada de nacionalismo tecnológico, pero que no demuestra nada más que puro sentido común: protegerse ante los caprichos y la impredecible naturaleza de un presidente tan inestable como Donald Trump.
China es el país en el que más rápido se están desarrollando ahora mismo tecnologías de machine learning, espoleada por la importante necesidad de proporcionar servicio de manera escalable a su enorme población en temas como sanidad o entretenimiento. También es el país del mundo en el que se han instalado más robots industriales, hasta un tercio del total, un indicador que sustituye al de las grúas de construcción que suele utilizarse informalmente para medir el desarrollo económico. Es el líder absoluto en fabricación de baterías, una de las tecnologías más importantes de cara al futuro, en paneles solares, y por supuesto, en 5G, con compañías como Huawei controlando el mayor número de patentes relacionadas.
Mientras, el despliegue de 5G en los Estados Unidos no está ni se le espera: se calcula en torno a una década para que alcance la totalidad del país, y sus empresas más punteras, como Apple, se llevan a China los escasos productos que aún ensamblaban en los Estados Unidos. Las políticas fiscales estadounidenses y el recorte progresivo de impuestos a las grandes fortunas solo han conseguido índices de desigualdad cada vez más sangrantes, y que hasta los propios ricos, conscientes de la imposible sostenibilidad de esa política, reclamen pagar más impuestos.
De China podemos decir muchas cosas: no solo que hablamos todavía del mayor contribuyente mundial en términos de contaminación, sino que, además, como demócrata que soy, nunca sería el país en el que decidiría vivir. Pero la carrera tecnológica, sin duda, la está ganando, y tratarla con desprecio, como ha hecho Donald Trump, como si fuera un país dependiente de los Estados Unidos al que se puede permitir el lujo de supuestamente estrangular, es un error que va a estar mucho tiempo pagando. Lo comentamos en su momento: las guerras comerciales no son buenas para nadie. Pero en esta, además, alguien escogió muy mal a su enemigo.