El número de personas que siguen activas con más de 70 años se ha disparado un 15% en el último año. Una tendencia que seguirá en el futuro por las reformas y la precarización del empleo
Durante los años de la burbuja inmobiliaria, las prejubilaciones se convirtieron en un gran lastre para el erario público. Los trabajadores abandonaban el mercado laboral poco después de cumplir 60 años con pensiones elevadas, lo que ejercía una gran presión sobre las cuentas de la Seguridad Social. Tras el estallido de la crisis se adoptaron varias medidas correctoras de esta situación y han terminado provocando el efecto contrario: cada vez hay más trabajadores que siguen en activo más allá de los 65 años… e incluso de los 70.
El número de personas activas con más de 70 años se ha disparado un 15,8% en el último año, lo que hace que sea la franja de edad que más rápido está creciendo. Pero la cohorte entre 65 y 69 años se ha incrementado un 6,5%, dato que contrasta con el 0,7% de incremento de la población activa total. El mercado laboral va envejeciendo, pero no solo eso, cada vez hay más trabajadores que optan por seguir en el mercado laboral más allá de su edad de jubilación.
En algunas ocasiones responde a una prolongación voluntaria de su vida laboral, pero en la mayoría de los casos es el resultado de las bajas pensiones que tienen. La reforma de 2011, encaminada a endurecer el acceso a la pensión, consiguió su objetivo de frenar la pensión media de las nuevas altas. Eso sí, la consecuencia es que muchos mayores se ven en la tesitura de perder la mayor parte de renta al jubilarse o seguir en activo y mejorar el cálculo futuro de su pensión.
“El principal motivo que está provocando que se aplace la jubilación es fundamentalmente la reducción en la prestación de jubilación de la Seguridad Social en relación con el salario que se viene percibiendo en activo”, explica Álvaro Granado responsable de Pensiones de KPMG Abogados. El empleo precario, unido a las reformas para fomentar la jubilación tardía y a la mejora de la salud de los mayores, provocará que esta tendencia de prolongar la vida laboral se vaya a mantener en el futuro.
Helena Cobo nunca se imaginó que con 73 años seguiría regentando su tienda de ropa del paseo de las Delicias, en Madrid. Después de una vida trabajando y unos ahorros que se esfumaron por problemas familiares, no le queda otro remedio que encargarse ella sola, con su colesterol y su artrosis, del que un día fue el negocio familiar. “Yo soy la que vende, lleva las cuentas, limpia, va al mayorista… todo”, cuenta mientras atiende a las clientas.
Empezó a trabajar con 14 años en la vaquería de su padre, pero no la dio de alta en la Seguridad Social —“entonces mucha gente no lo hacía”—. Con el tiempo y ya con su propio negocio, empezó a cotizar aunque siempre por el mínimo: “Preferíamos ahorrarlo nosotros para cuando nos retirásemos, pero tuve problemas con mi marido y ya no queda nada”.
A duras penas se mantiene con parte de la jubilación y lo que gana en la tienda, unos 500 euros después de pagar religiosamente los 287 euros de la cuota de autónomo. “Solo con la pensión no me daría para pagar la luz, la comida… lo básico, así que no me puedo retirar todavía”.
Además el negocio al que ha dedicado su vida ya no es lo que era: “Antes podías vender 6.000 euros al día. Estaba siempre viajando a Londres o París, trayendo ropa, pero ahora solo sacas para malvivir. Estoy aguantando, pero a veces me apetece bajar el cierre e irme al pueblo”.
Como Helena Cobo hay muchos autónomos que llegan al final de su vida laboral sin ahorros y con una pensión de miseria. “El drama de los autónomos que no pueden jubilarse está mucho más extendido de lo que la gente se piensa”, explica Eduardo Abad presidente de UPTA, “y en la mayoría de los casos no es una decisión voluntaria sino obligatoria”.
De los 52.800 mayores de 70 años que siguen trabajando el 70% son autónomos, lo que muestra hasta qué punto el problema de las pensiones se concentra en este tipo de cotizantes. “Muchos autónomos llegan a la edad de jubilación con bases de cotización que no han sido amplias, por lo que les queda una pensión muy reducida. Por eso los que pueden seguir trabajando lo hacen durante unos años”.
El caso de Helena está cada vez más extendido por España. Muchos de estos autónomos han tenido una carrera de cotización con muchas interrupciones y siempre aportando la base mínima. El resultado es que el cálculo de su pensión cuando llegan a la edad ordinaria de jubilación es muy reducido. No hay más que ver que la pensión media contributiva de los autónomos jubilados es de apenas 761 euros al mes, una cuantía que no les permite vivir. Y esa es la media.
El gran cambio de 2011
La principal reforma que cambió las condiciones de acceso a la pensión se introdujo en el año 2011, cuando España estaba al borde del rescate económico. En ese año se aprobaron cambios importantes. El primero fue la ampliación de la edad ordinaria de jubilación, que está pasando paulatinamente desde los 65 años hasta los 67 años que alcanzará en 2027. También se elevó el periodo de años que se utilizan para el cómputo de la pensión, pasando de 15 a 25 años en 2022.
También se incrementó el número de años de cotización obligatorios para lograr el 100% de la pensión, que estaba en 35 años y en 2027 alcanzará los 37 años. Esto significa que, de forma paulatina, están aumentando la edad de jubilación, el número de años de cómputo y la carrera laboral exigida para no tener penalización. Estos tres factores, combinados, hacen que los trabajadores que hayan tenido una carrera laboral corta o con muchas interrupciones tengan una gran penalización en el cálculo de su pensión. Tienen una alternativa para compensarla: seguir cotizando.
Muchos de ellos se conforman con empleos a tiempo parcial, ya que aunque les generan pocos ingresos, es la única opción que tienen de seguir cotizando. Esto explica que haya ya casi 60.000 trabajadores mayores de 65 años con una jornada de tiempo parcial, el 30% del total.
Este cambio normativo, unido a la grave crisis económica, hace que esta situación de personas mayores en activo solo haya empezado. Millones de españoles pasaron varios años en el desempleo durante los tiempos de recesión, lo que supone un ‘agujero negro’ en su carrera de cotización que lastrará gravemente el cálculo de su pensión.
Los dos factores unidos, la crisis y la reforma en las condiciones de acceso a la pensión, provocaron que desde 2015 la pensión media de los nuevos jubilados haya sufrido un importante descenso, pasando de 1.460 euros mensuales a 1.418 euros en la actualidad.
“Es cierto que las últimas reformas legislativas han hecho que se reduzcan las pensiones y algunos trabajadores ya estén optando por prolongar la vida laboral, pero sin duda, el impacto más importante en las pensiones lo producirá la aplicación del factor de sostenibilidad, que entrará en vigor a partir del año 2023”, explica Granado.
"No me quiero jubilar"
En los últimos años también se introdujeron incentivos para que los trabajadores prolonguen su vida laboral, y en 2012 se eliminó la jubilación forzosa para todos los asalariados salvo los de las clases pasivas. Ahora, a cada trabajador que trabaja un año completo por encima de su edad ordinaria de jubilación se le incrementará su pensión entre un 2% y un 4%, en función del número de años que lleve cotizados.
Esto significa que existe un gran incentivo a seguir trabajando más allá de la vida laboral. Esto hace que muchos mayores opten por seguir en activo más allá de los 65 años. Francisco Marcellán nunca se vio jubilándose a los 65 años. Ahora tiene 67 y asegura seguir teniendo la misma cabeza para corregir exámenes e idear teoremas que cuando empezó a dar clase. “Entiendo que una persona que ha estado a pico y pala toda la vida, con 60 años tenga dificultades para seguir trabajando. Pero el trabajo intelectual es diferente y pienso seguir hasta que me echen”, cuenta desde su despacho de la Universidad Carlos III de Madrid.
El único gap de edad que ve este catedrático de matemáticas en su trabajo es la distancia insalvable que siente con las nuevas generaciones. “Hay una serie de vicios por parte del profesor que choca un poco con los alumnos, que por otro lado vienen con sus jergas y motivaciones, muy distintas a las de entonces. Pero aun así sigo teniendo la misma relación con ellos que tenía con 40 años, otra cosa es que a ellos les dé más corte venir a hablar con alguien que tiene el pelo blanco y se está quedando calvo”, bromea.
De momento podrá quedarse hasta que cumpla 70 años. Entonces será la universidad la que decidirá si le mantiene como profesor emérito otros tres años, pero ya cobrando la pensión (la mitad de lo que percibe ahora) con un complemento y compartiendo el despacho con otro docente. Él ya lo tiene garantizado, pero reconoce que no es lo más habitual en su sector: “La universidad, en el momento en que alguien se jubila con 70 años, no quiere saber nada más, cuando esas personas tienen mucha experiencia y cosas que aportar. Yo sé de relaciones institucionales, de tesis doctorales… y todo eso se irá conmigo”. Cuando se retire definitivamente tampoco podrá seguir participando en proyectos de investigación y tendrá que pagarse la asistencia a congresos de su bolsillo al no estar amparado por ninguna universidad. En otros países, como Estados Unidos, los profesores universitarios pueden quedarse de manera indefinida como eméritos. “En este país, el empleador no valora la experiencia de la edad”.
Su caso es una excepción. La mayoría de sus colegas dejaron la docencia en cuanto pudieron jubilarse, tanto por cansancio mental como por la pérdida del entusiasmo del paso de los años. “Mucha gente me dice que por qué no me jubilo, pero me encuentro a gusto haciendo lo que hago. Es como un corredor de maratón que ha podido tener sus buenos momentos con 40 años, pero con 60 sigue corriendo. Tienes achaques, pero el placer de correr con amigos y amigas pesa más”.
Por eso, para Francisco la edad de jubilación debería ser más flexible y contemplar la figura del “trabajador intelectual”, que pueda cobrar la pensión de jubilación, pero también por aquellos trabajos que siga desarrollando, como libros o ponencias.
La eliminación de la jubilación forzosa ha supuesto un quebradero de cabeza para muchas empresas en su gestión de los recursos humanos. “En la medida en que se produzca envejecimiento de plantillas como consecuencia de la no jubilación, tendrá sin duda un impacto financiero y de recursos humanos en la empresa”, señala el experto de KPMG, “normalmente los empleados de mayor edad en las empresas deberían salir de forma natural a su edad legal de jubilación”. Si no lo hacen, la empresa ya no puede anticipar a qué edad lo harán y, por tanto, tendrá más complicada la gestión de la transición.
La CEOE presionó para que el Gobierno introdujese nuevamente las cláusulas de jubilación, que quedan ahora a disposición de los agentes sociales en la negociación colectiva. Sin embargo, el mercado laboral apunta en una única dirección: cada vez habrá más trabajadores mayores de 65 y de 70 años.
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