Las regiones con menor nivel de PIB per cápita están experimentando una pérdida de peso de la industria sobre la actividad, una señal muy preocupante para su futuro
El economista turco Dani Rodrik bautizó como “desindustrialización prematura” a la pérdida de peso de las manufacturas sobre el total de la actividad económica de una región antes de haber llegado a alcanzar cotas significativas de desarrollo. Rodrik detectó que este fenómeno estaba ocurriendo en las últimas décadas en países en desarrollo que veían cortada su progresión por la desindustrialización. Este fenómeno se está reproduciendo también en las regiones de menor renta de España, lo que supone una grave amenaza para su futuro.
Es lo que ha detectado BBVA Research en un análisis sobre la industria en España y su evolución desde 1960. Algunas regiones de España, principalmente las comunidades del norte, vivieron un desarrollo del sector manufacturero similar a los países punteros de Europa y alcanzaron altas cotas de industrialización hasta los ochenta. Por el contrario, las comunidades del sur y del interior de España empezaron este proceso con varias décadas de retraso. Pero el verdadero problema para ellas no es haberse incorporado tarde, sino que ahora, cuando tendrían que encontrarse en pleno pico de la industrialización, se encuentran en la fase opuesta: las manufacturas están perdiendo peso en el PIB y el empleo sin que estas regiones hayan logrado niveles altos de renta.
Como demostraron los economistas Felipe, Mehta y Rhee, el nivel máximo de empleo industrial alcanzado por una región en cualquier momento del pasado es un buen predictor de su renta anual. En otras palabras: las regiones que consiguieron niveles elevados de industrialización en el pasado son hoy 'ricas'. Y viceversa, las que lograron las tasas más bajas y experimentaron una desindustrialización prematura, han fracasado en su intento de convergencia.
En España se reproduce esta realidad a pequeña escala. “Todas las CCAA con un PIB per cápita superior a 27.000 euros en 2016 superaron el 20% del empleo en manufacturas en algún momento del pasado”, explica Miguel Cardoso, economista jefe para España de BBVA Research. Por el contrario, las regiones con un PIB per cápita inferior a 20.000 euros nunca han superado el 14% del peso del empleo manufacturero.
Esta brecha de industrialización determina fielmente los niveles de riqueza actuales de las diferentes comunidades autónomas. En las regiones de mayor renta, la desindustrialización responde a un fenómeno que comparten los países más desarrollados y que es compatible con un aumento de la riqueza gracias a la irrupción de los servicios más productivos. Por el contrario, en las regiones más retrasadas, su desindustrialización es reflejo de la debilidad de su economía. “Esta desindustrialización prematura es preocupante porque es un síntoma de que no cuentan con la dotación de capital humano suficiente para que crezca la industria y es muy probable que les pase lo mismo durante la expansión de los servicios”, lamenta Cardoso.
Solo la Comunidad de Madrid y las islas, Baleares y Canarias, escapan de esta tendencia y es por sus características particulares. En el caso de Madrid, se beneficia del ‘efecto capital’ que provoca que las empresas tengan presencia en la región, especialmente las del sector servicios. Por su parte, Baleares y Canarias viven básicamente del turismo, que ocupa el grueso de la actividad.
Robotización, globalización y más
El ejemplo de Extremadura es paradigmático de la desindustrialización prematura del sur y el interior de España. El peso del empleo manufacturero sobre el total de la comunidad aumentó hasta alcanzar el 11% al inicio de la década de los ochenta. En ese momento fue cuando comenzó la desindustrialización en el norte de España y las regiones más retrasadas, en vez de ocupar este hueco, también comenzaron a desindustrializarse.
A finales de la década de los ochenta, en Extremadura el peso del empleo manufacturero se había hundido hasta el 6%, apenas la mitad que al inicio de la década. Este patrón se repite en Andalucía, Castilla-La Mancha o la Comunidad Valenciana. De hecho, en esta última el peso de la industria se ha hundido, desde el 30% de los ochenta a suponer menos del 13% durante la crisis.
Estas regiones de menor renta no han logrado captar las inversiones industriales que perdieron las comunidades punteras. La escasez de capital humano y la irrupción de la globalización provocaron que la deslocalización de la industria pasara de largo desde las regiones punteras hacia el mundo en vías de desarrollo sin reparar por ellas.
El resultado es que la desindustrialización prematura ha provocado que comunidades del sur como Extremadura o Andalucía tengan hoy unos niveles de industrialización inferiores a los de la década de los sesenta y la brecha con el norte de España, tanto en peso de la industria como en nivel de renta, se mantiene intacta.
El problema de capital humano, unido a la globalización, es denominador común de todas esas regiones. Las personas mejor formadas han buscado empleo en regiones más prósperas, lo que ha impedido la acumulación de capital humano. Además, los costes laborales han subido en las últimas décadas, impulsados por el contagio del resto de comunidades y la entrada del euro. Además, la presencia de una gran fuerza sindical en la industria ha elevado los salarios por encima de la productividad.
En este contexto, la irrupción de la globalización ha terminado por dar la puntilla a la industria. Las empresas han deslocalizado su producción hacia regiones en las que los costes laborales eran menores y la regulación, más laxa. Fue así como las regiones con menor renta de España pasaron de competir con las regiones más prósperas a hacerlo con los países emergentes, como Turquía, Marruecos o China.
La desindustrialización prematura ha condenado el PIB per cápita actual de estas regiones y supone una gran amenaza para la futura revolución que está en marcha: la de los servicios de alto valor añadido. La desindustrialización de las regiones más desarrolladas se ha producido en paralelo a la gran expansión de los servicios, lo que explica que estos países hayan seguido creciendo con fuerza desde la década de los ochenta. En el caso de España, el sector servicios explica el mayor cambio estructural que ha vivido la economía española en las últimas décadas: la transformación del déficit de la balanza por cuenta corriente en superávit. Actualmente, España todavía tiene déficit de bienes, superior a los 7.000 millones de euros anuales, pero se ha contrarrestado gracias al superávit de 13.500 millones en el sector servicios, de los cuales, 3.500 millones corresponden a servicios no turísticos.
El problema para las regiones con menor renta es que los mismos motivos que provocaron su desindustrialización prematura lastran ahora la irrupción de los servicios de alto valor añadido. “En los próximos 20 o 30 años probablemente estemos hablando de un fuerte crecimiento del sector servicios de alto valor añadido, pero creo que estas regiones no lo van a vivir por la baja concentración de capital humano”, alerta Cardoso. “De la misma manera que perdieron el tren de la industrialización, ahora están perdiendo el de los servicios”.
De esta forma, la desindustrialización prematura sin un sector que ocupe el hueco que deja se convierte en una pésima noticia para todas estas regiones. El riesgo de quedarse rezagadas vuelve a ser una realidad, como lo fue en la segunda mitad del siglo XX.