Con el sugerente título de "La escuela de la ignorancia", Jean-Claude Michéa, profesor de Filosofía en Montpellier, nos sumerge en uno de los temas de discusión más controvertidos de nuestro tiempo: la educación. Los discursos oficialistas tienden a correlacionar problemas educativos con “falta de presupuesto”. Sin embargo, el problema es más profundo, más insidioso, más molesto de reconocer. No se trata de dinero, ni siquiera es válido el insustancial discurso de una “pérdida de valores” que nadie sabe qué significa. El problema de la educación, según Michéa, es una cuestión de diseño social, de decisión política consciente para evitar una Escuela de verdad.
Aplicar un nuevo sistema educativo
La pregunta que se hacen los más críticos en Francia es por qué se ha aplicado el sistema educativo norteamericano en Europa cuando, después de veinte años de experiencia, se tenía la certeza de su resultado nefasto. ¿Qué lleva a la elite política europea a condenar a sus jóvenes a sufrir un sistema educativo deficiente e ineficaz? ¿Qué se nos ha pasado por alto? Las respuestas no siempre agradan.
Si revisamos los textos e informes menos accesibles de la Comisión Europea, la OCDE o la European Round Table (uno de los lobbies europeos más discretos y eficaces), se descubren las primeras pistas. El capitalismo posmoderno ha iniciado el ajuste necesario entre la productividad y la educación. Todos los informes de los expertos señalan que la nueva economía exigirá pocos especialistas técnicos; la tecnología permite que unos pocos especialistas desarrollen los sistemas necesarios para el funcionamiento de la empresa. Por otra parte, los procesos de fusión empresarial reducen las ofertas de altos ejecutivos. Con otras palabras, cada vez más harán falta mejores profesionales, pero en cantidad más reducida.
A la larga, el sistema económico no podrá absorber una masa de ciudadanos bien preparados. La escuela de calidad es necesaria, pero para unos pocos. El resto del sistema educativo es mejor que no funcione. La conflictividad derivada de un sistema educativo generalizado y de alta calidad no podría ser soportada por el sistema económico, donde muchos individuos bien preparados deberían competir por muy pocos puestos de trabajo. Mejor dejarlo todo en manos del darviniano sistema de selección natural y que de un sistema educativo mediocre emerjan por sí mismos los pocos ejemplares excelentes que necesitará el sistema. La educación universal y de calidad no es un objetivo político. Estos argumentos no son política ficción, antes bien se desprenden de los documentos antes mencionados y corresponden a las elites económico-políticas de la globalización.
La lógica de estos objetivos es aplastante. Una de las consecuencias de “una escuela de la ignorancia” es la producción sistemática de consumidores inmaduros, otro de los engranajes necesarios para que la rueda de la globalización siga avanzando.
Capítulo I
En 1979, Christpher Lasch, uno de los espíritus más penetrantes de este siglo, describía en estos términos el declive del sistema educativo estadounidense:
"La educación en masa, que prometía democratizar la cultura, antes restringida a las clases privilegiadas, acabó por embrutecer a los propios privilegiados. La sociedad moderna, que ha logrado un nivel de educación formal sin precedentes, también ha dado lugar a nuevas formas de ignorancia. A la gente le es cada vez más difícil manejar su lengua con soltura y precisión, recordar los hechos fundamentales de la historia de su país, realizar deducciones lógicas o comprender textos escritos que no sean rudimentarios (1)".
Veinte años después, nos vemos obligados a reconocer que buena parte de estas críticas pueden aplicarse a nuestra propia situación (2). Es obvio que no se trata de una coincidencia. La crisis de la antes denominada "Escuela Republicana" ya no puede separarse de la crisis que afecta a la sociedad contemporánea en su conjunto. Indudablemente, dicha crisis forma parte del movimiento fistórico que, además, desintegra las familias, descompone la existencia material y social de los pueblos y los barrios (3), y de forma generalizada, destruye progresivamente todas las formas de civismo que, todavía hace unas décadas, condicionaban buena parte de las relaciones humanas.
Con todo, esta constatación, totalmente banal por sí misma, podría no tener consecuencias (o incluso conllevar consecuencias ambiguas), si no lográsemos captar además la naturaleza de esta sociedad moderna, es decir, comprender qué lógica rige su movimiento. Sólo entonces será posible calibrar hasta qué punto los actuales progresos de la ignorancia, lejos de ser el producto de una deplorable disfunción de nuestra sociedad, se han convertido en una condición necesaria para su propia expansión.
Las páginas de este libro pretenden corroborar brevemente esta hipótesis, aunque tengo plena conciencia de que muchos la consideran ya totalmente inverosímil (4).
Notas
(1) Christopher Lasch: Le complexe de Narcisse, París: R. Laffont, 1980, pp. 177 y 178. Existe traducción al castellano: La cultura del narcisismo, Barcelona: Andrés Bello, 1999.
(2) Liliane Lurçat (primero alumna y luego colaboradora de Henri Wallon, una de las pocas especialistas francesas serias en ciencias de la educación) afirma que: "En 1983, el rectorado de Niza realizó una encuesta a cerca de 12.000 alumnos de 1º de Enseñanza Secundaria. El 22,48% no sabía leer y el 71,59% era incapaz de comprender una palabra nueva a partir del contexto." Según la autora, desde entonces, "como un mar engullido por la arena, el problema ha desaparecido, por obra y gracia del silencio de los medios de comunicación y de la propaganda política. Sobre los escombros de la enseñanza de la lectura y la escritura, se construye apresuradamente la escuela masificada, utilizando el cebo del Bachillerato para todos." (Liliane Lurçat: Vers une école totalitaire?, París: F.-X. de Guibert, 1998.) El último logro de esta "propaganda política" es, por supuesto, el libro de Christian Baudelot: Et pourtant, ils lisent, París: Seuil, 1999.
(3) Desde este punto de vista, como cualquiera puede constatar, hemos entrado en una era realmente nueva: la época de la destrucción de las ciudades en tiempos de paz. Tomando la ciudad de Los Ángeles como el modelo preferido de todos los destructores modernos, es recomendable la lectura del excelente estudio de Mike Davis: City of Quartz: Los Angeles, capitale du futur, París: La Découverte, 1997. Para una aplicación al caso francés, puede consultarse el panfleto de Sophie Herszkowicz: Lettre ouverte au maire de Paris à propos de la destruction de Belleville, París: Enciclopédie des nuisances, 1994.
(4) Observaciones sobre el concepto de ignorancia. Entendemos por "progreso de la ignorancia" no tanto la desaparición de los conocimientos indispensables en el sentido denunciado habitualmente (y, muy a menudo, de forma justificada), sino el declive constante de la inteligencia crítica; esto es, la aptitud fundamental del hombre para comprender a un tiempo el mundo que le ha tocado vivir y a partir de qué condiciones la rebelión contra ese mundo se convierte en una necesidad moral. Ambos aspectos no son completamente independientes, en la medida en que ejercer el juicio crítico exige bases culturales mínimas, empezando por la capacidad para argumentar y el dominio de las exigencias linguisticas elementales que toda "neolengua" está destinada a destruir. Sin embargo, es necesario diferenciar uno y otro tipo de ignorancia, puesto que la experiencia cotidiana nos muestra que un individuo puede saberlo todo y no entender nada. Sin duda, es lo que quería decir Orwell cuando en su Diario de guerra escribe: "Si gente como nosotros comprende la situación mejor que los supuestos expertos, no es porque tenga poder alguno para predecir acontecimientos concretos, sino porque puede percibir la clase de mundo en que vivimos (To grasp what kind of wold we are living in)". La base epistemológica de esta distinción, es, naturalmente, la imposibilidad manifiesta para reducir la actividad crítica de la Razón al simple uso de una base de datos por la que se podría navegar libremente. Al no tener en cuenta esta distinción, la sociología ministerial no tiene reparos en pretender -por medio de errores metodológicos de uso- que "el nivel (de la enseñanza) aumenta". Y ello cuando todos los datos disponibles indican que, en los países industrializados, la juventud escolarizada es cada vez más permeable a los diferentes productos de la superstición (de la antigua astrología a la moderna New Age); cuando su capacidad de resistencia intelectual frente a las manipulaciones mediáticas o al bombardeo publicitario disminuye alarmantemente y cuando se le ha enseñado con eficacia admirable una sólida indiferencia hacia la lectura de los textos críticos de la tradición.